sábado, 23 de octubre de 2010

La Señora Nenita



La Señora Nenita

¿Quieres un café? La Señora Nenita los prepara muy bien. – Me dijo, haciendo una pausa al intenso punteo de las actividades y responsabilidades en mi futuro trabajo.

Estábamos sentamos en el último de los cubículos, al fondo del pasillo, de esta empresa multinacional. Le llamaban biblioteca, a un amplio espacio que daba cabida a una lujosa mesa cubierta con un grueso vidrio, al costado repisas llenas de estatuillas, diplomas, copas, fotos y muchos informes debidamente empastados.

 Tomó el teléfono desde la mesita de arrimo y marcó

-          Aló, Señora Nenita, ¿Me puede traer dos café a la biblioteca, por favor?

Su sonrisa, propia de un ejecutivo de prestigio, que aun mantenía el lápiz en la mano, y que además cuya risa era innecesaria ya que la Señora Nenita no lo veía, se esfumó. Se diría que estaba recibiendo un sermón. En reiteradas ocasiones respiraba para responder pero cabizbajo se desinflaba escuchando atento. Luego colgó. A todas luces la Señora Nenita se negó.

-          Espera, voy y vuelvo.

A los pocos minutos estaba de vuelta, sonriente, como si nada hubiera pasado, trayendo una bandeja de plata portando dos tazas con café con crema, más un platillo con galletas. La reunión continuó, hasta que la hora de almuerzo llegó. Me preparaba bajar, cuando mi futuro colega se adelantó:

- La Señora Nenita prepara unos platos fríos, pollo con ensalada, carne con ensalada, ensaladas con quesos, Son baratos y ricos. Esta vez yo invito.

Lo mismo nuevamente. Tomó el teléfono de la mesita y llamó. Me lo imaginé yendo y volviendo con los platos en una bandeja.

-          Aló, Señora Nenita. ¿Me puede traer dos platos de ensalada….? – me miró sonriendo preguntando - ¿pollo o carne?
-          Pollo, - respondí. 
-          … Con consomé
-          No. - No era para tanto.
-          No. Dos platos, eso sería. Gracias.

Esta vez no lo retó ni la risa del ejecutivo se desdibujó. No pasaron ni diez minutos y llegó la Señora Nenita, de unos cincuenta años, con dos platos preparados.

Mientras almorzábamos divisé a la Señora Nenita que avanzaba por el largo pasillo con un carrito de metal de tres niveles de vidrios, repleto de platos preparados. Tomaba un plato y los pasaba a dejar a los cubículos. En esta empresa casi ningún funcionario bajaba. La mayoría almorzaba, en los mismos escritorios, los platos de la Señora Nenita.

Ya en mi nuevo empleo, también me hice adicto a los platos de la Señora Nenita. Podía pedírselo desde las dos a las cuatro de la tarde. Siempre respondía atenta con mi petición. Era que no. Si cobraba dos mil pesos los platos con carme o pollo o mil quinientos con quesos. Y lo mejor que le pagábamos a fin de mes. Era su negocio desde que se inició en este piso y la gerencia la autorizó a traer una ayudante.

Una vez, en una conversación, trataron despectivamente a la Señora Nenita por lo atenta y cordial que se mostraba cada vez que ofrecía sus platos y sin embargo se negaba a servir café. Al fin y al cabo su función en la empresa era esa. Yo no perdí la oportunidad de recordarles que ella, con la venta de los platos, ganaba más que cualquiera de nosotros.

Cual error. Ahogados por la envidia por primera vez contabilizaron los platos que ella preparaba diariamente. Más de cuarenta. Vendía hasta a las oficinas de los otros pisos. Calcularon el precio de los insumos y concluyeron que sus gastos eran menos del 30%. Sesenta mil pesos diarios. Multiplicados por 22 días son un millón trescientos veinte mil pesos mensuales. El que más ganaba, sin contar la gerencia, era ochocientos mil pesos. La mayoría de nosotros ganábamos a lo más quinientos mil pesos. No contabilizaron los queques, panes de dulce, que traía para el desayuno y la hora del té.

Un escándalo. Comenzaron las conjeturas. Llevaba más de doce años haciendo esa cantidad de platos y siempre al mismo precio. Y ellos hace doce años ganaban la mitad. Y no gasta ni gas, porque cocina aquí la carne y el pollo. Continuaban, ya indignados.

Sabían pero no lo sopesaron, que la verdura y la carne las traía en su moderna camioneta, sin embargo, ninguno de ellos venía en auto por el gasto de estacionamiento, eso alegaban los que tenían. Para colmo supieron que ella era dueña de una lavandería que atendía con su esposo.

Ese cálculo circuló por todo las oficinas de la empresa, generando una reacción en cadena llena de antipatías y envidias. Se rebelaron, todos coludidos, y nunca más le pidieron platos preparados. La Señora Nenita ya solo preparaba a lo más siete u ocho. Para los gerentes o algunas niñas de los otros pisos.

Con su sueldo de trescientos mil pesos, mas los platos esporádico y el ninguneo, decidió jubilar y dedicarse de lleno a su lavandería.

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