La Señora Nenita
¿Quieres un café? La Señora Nenita los
prepara muy bien. – Me dijo, haciendo una pausa al intenso punteo de las
actividades y responsabilidades en mi futuro trabajo.
Estábamos sentamos en el último de los
cubículos, al fondo del pasillo, de esta empresa multinacional. Le llamaban
biblioteca, a un amplio espacio que daba cabida a una lujosa mesa cubierta con
un grueso vidrio, al costado repisas llenas de estatuillas, diplomas, copas, fotos
y muchos informes debidamente empastados.
Tomó
el teléfono desde la mesita de arrimo y marcó
-
Aló, Señora Nenita, ¿Me puede
traer dos café a la biblioteca, por favor?
Su sonrisa, propia de un ejecutivo de
prestigio, que aun mantenía el lápiz en la mano, y que además cuya risa era innecesaria
ya que la Señora Nenita no lo veía, se esfumó. Se diría que estaba recibiendo
un sermón. En reiteradas ocasiones respiraba para responder pero cabizbajo se desinflaba
escuchando atento. Luego colgó. A todas luces la Señora Nenita se negó.
-
Espera, voy y vuelvo.
A los pocos minutos estaba de vuelta, sonriente,
como si nada hubiera pasado, trayendo una bandeja de plata portando dos tazas
con café con crema, más un platillo con galletas. La reunión continuó, hasta que
la hora de almuerzo llegó. Me preparaba bajar, cuando mi futuro colega se
adelantó:
- La Señora Nenita prepara unos platos
fríos, pollo con ensalada, carne con ensalada, ensaladas con quesos, Son
baratos y ricos. Esta vez yo invito.
Lo mismo nuevamente. Tomó el teléfono de la
mesita y llamó. Me lo imaginé yendo y volviendo con los platos en una bandeja.
-
Aló, Señora Nenita. ¿Me puede traer
dos platos de ensalada….? – me miró sonriendo preguntando - ¿pollo o carne?
-
Pollo, - respondí.
-
… Con consomé
-
No. - No era para tanto.
-
No. Dos platos, eso sería.
Gracias.
Esta vez no lo retó ni la risa del
ejecutivo se desdibujó. No pasaron ni diez minutos y llegó la Señora Nenita, de
unos cincuenta años, con dos platos preparados.
Mientras almorzábamos divisé a la Señora Nenita
que avanzaba por el largo pasillo con un carrito de metal de tres niveles de
vidrios, repleto de platos preparados. Tomaba un plato y los pasaba a dejar a
los cubículos. En esta empresa casi ningún funcionario bajaba. La mayoría
almorzaba, en los mismos escritorios, los platos de la Señora Nenita.
Ya en mi nuevo empleo, también me hice
adicto a los platos de la Señora Nenita. Podía pedírselo desde las dos a las cuatro
de la tarde. Siempre respondía atenta con mi petición. Era que no. Si cobraba dos
mil pesos los platos con carme o pollo o mil quinientos con quesos. Y lo mejor
que le pagábamos a fin de mes. Era su negocio desde que se inició en este piso
y la gerencia la autorizó a traer una ayudante.
Una vez, en una conversación, trataron
despectivamente a la Señora Nenita por lo atenta y cordial que se mostraba cada
vez que ofrecía sus platos y sin embargo se negaba a servir café. Al fin y al
cabo su función en la empresa era esa. Yo no perdí la oportunidad de recordarles
que ella, con la venta de los platos, ganaba más que cualquiera de nosotros.
Cual error. Ahogados por la envidia por
primera vez contabilizaron los platos que ella preparaba diariamente. Más de
cuarenta. Vendía hasta a las oficinas de los otros pisos. Calcularon el precio
de los insumos y concluyeron que sus gastos eran menos del 30%. Sesenta mil
pesos diarios. Multiplicados por 22 días son un millón trescientos veinte mil
pesos mensuales. El que más ganaba, sin contar la gerencia, era ochocientos mil
pesos. La mayoría de nosotros ganábamos a lo más quinientos mil pesos. No
contabilizaron los queques, panes de dulce, que traía para el desayuno y la
hora del té.
Un escándalo. Comenzaron las conjeturas.
Llevaba más de doce años haciendo esa cantidad de platos y siempre al mismo
precio. Y ellos hace doce años ganaban la mitad. Y no gasta ni gas, porque
cocina aquí la carne y el pollo. Continuaban, ya indignados.
Sabían pero no lo sopesaron, que la verdura
y la carne las traía en su moderna camioneta, sin embargo, ninguno de ellos
venía en auto por el gasto de estacionamiento, eso alegaban los que tenían.
Para colmo supieron que ella era dueña de una lavandería que atendía con su
esposo.
Ese cálculo circuló por todo las oficinas
de la empresa, generando una reacción en cadena llena de antipatías y envidias.
Se rebelaron, todos coludidos, y nunca más le pidieron platos preparados. La
Señora Nenita ya solo preparaba a lo más siete u ocho. Para los gerentes o
algunas niñas de los otros pisos.
Con su sueldo de trescientos mil pesos, mas
los platos esporádico y el ninguneo, decidió jubilar y dedicarse de lleno a su
lavandería.
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